Hace unos días falleció Gore Vidal, un intelectual cuya obra venía a constituir algo así como un paraguas de lucidez en el que guarecerse de las dentelladas de la crisis contemporánea. Crisis de civilización, en definitiva, respecto a la cual quizá alguna generación que nos suceda reúna la virtud y el coraje necesarios para someter a auditoría la contribución del "Imperio Americano" mismo a la general decadencia.
Alguien escribió -no recuerdo dónde- sobre el sombrío paranorama resultante de la desaparición física, que no de sus imprescindibles creaciones, que seguiremos disfrutando en el tiempo, de ese puñado estadounidense de intelectuales combativos encabezado por Miller, Sontag, Chomsky o el propio Vidal.
Conocidas eran sus largas estancias en Ravello, esa porción del Paraíso ubicada en un esquinazo de la costa amalfitana. El año pasado -quizá con reverencia injustificada, pues uno trata de moderar con los años los más leves accesos de mitomanía- tuve el privilegio de pasear por sus callejuelas y sus jardines.
Vayan estas dos imágenes en su honor desde el convencimiento de que, sin ninguna duda, la desaparición de Gore Vidal nos deja un poco más desarmados y perplejos bajo esta irresistible, interminable tempestad.
Villa Rufolo (Ravello)