Se abren las puertas del tren y entra un ejército de viajeros entubados a sus smartphones, esos maravillosos terminales inteligentes que sonambulizan a sus propietarios.
Levanto la vista de las páginas de "Un almanaque del condado arenoso", de Aldo Leopold. En ese mismo instante acabo de leer:
"Hay dos peligros espirituales en no tener una granja. Uno es el peligro de suponer que el desayuno procede del colmado, y el otro que el calor procede de la caldera.
Para evitar el primer peligro, se debería plantar una huerta, preferiblemente donde no haya un tendero que venga a complicar las cosas.
Para evitar el segundo, se debería colocar un trozo de buen roble en los morillos, preferiblemente donde no haya una caldera, y dejar que te caliente las espinillas, mientras una ventisca de febrero sacude los árboles afuera. Si uno ha cortado, seleccionado, acarreado y apilado su propio buen roble, y mientras tanto dejar que la cabeza siga trabajando, recordará muy bien de dónde procede el calor, y con una riqueza de detalles vedada a quienes pasan el fin de semana en la ciudad a horcajadas sobre un radiador".
Una de las consecuencias directas de la presente tecnolatría es la de creer que puede emanciparnos de nuestras determinaciones biológicas.
Quién sabe, quizá no tarden tanto en inventar el primer smartphone comestible. O diseñen una aplicación con la que poder descargarte un buen bistec o un grueso leño de encina con que alimentar la chimenea.
Hace 9 horas