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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Tejera Negra I






La lluvia anunciada para este sábado no nos disuade de visitar el Parque Natural de Tejera Negra, en Guadalajara.
La singularidad de su hayedo reside en su localización, la más meridional de Europa. Se conocen al menos dos fechas, 1860 y 1960, en las que fue talado a matarrasa. Ello explica la juventud de sus hayas (Fagus sylvatica). Sólo en las áreas más profundas del parque pueden hallarse ejemplares centenarios que sobrevivieron al delirio arboricida.

Recorremos la llamada senda de Las Carretas, utilizada en su época para transportar mediante carros el carbón producido en el hayedo. Una carbonera de exposición pretende evocar para el visitante aquel tiempo no demasiado lejano. Es el puente de todos los santos y el gentío que ha acudido a disfrutar de estos maravillosos ocres apenas respeta la recomendación de silencio.

Pizarras y cuarcitas dominan la geología de Tejera Negra. Su descomposición genera un suelo pobre en sustancias nutritivas aunque rico en materia orgánica poco descompuesta. Estos hayedos acidófilos y sureños de la Sierra de Ayllón quedaron acantonados en las zonas más altas y frías para hacer buena esa ley geobotánica “Las especies eurosiberianas compensan el descenso latitudinal con ascensos altitudinales”.

La gayuba (Arctostaphylos uva-ursi) tapiza cunetas, collados y el sotobosque del melojar atribuyéndose a sus raíces la capacidad de fijar nitrógeno. Junto a ella, es frecuente una llamativa crasulácea, Sedum forsterianum.
A propósito del melojo (Quercus pyrenaica) se ha subrayado el papel jugado por los afloramientos cuarcíticos del parque al impedir la propagación de especies que, como el melojo, se multiplican por estolones. Probablemente las hayas, tiránicas con otras especies a las que relegan por su éxito ecológico, no precisaran de semejante ayuda extra.

La gárrula expedición estalla al descubrir un gigantesco tejo (Taxus baccata) confinado en una resbaladiza ladera. Tomo fotos de su fruto, con esa envoltura carnosa de intenso rojo, el arilo, única parte comestible de este venenoso árbol.

El viento frío y una lluvia intermitente nos dificultan tomar fotos desde la pradera de Mata Redonda, un punto excelente desde el que contemplar la espléndida panorámica.

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