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domingo, 25 de julio de 2010

Benditos secarrales (II)






Aunque resulte aguafiestas confieso que no me gusta el verano. Me irrita su bullicio hasta altas horas, esa fanfarria insufrible que posee al personal en estos meses. Si descubriera un túnel que me llevara al 1 de diciembre creo que mi felicidad sería casi infinita. El calor, por otra parte, me intimida, me arruga, a qué negarlo.

Pero no todo iba a ser contrariedad. De alguna manera estas temperaturas me reconcilian con mi afición naturalista pues la caza fotográfica “rema” a favor de corriente en esta época. Es emocionante –para mí al menos- traer cada jornada en el zurrón un montón de nuevas citas bicheras. Casi nadie comprende estos gustos ciertamente. Aceptan que admires las aves, los mamíferos, hasta estarían dispuestos a justificar la pasión por las plantas pero… ¿los bichos?, ¿cómo perder el tiempo con esos “infectos” seres que a todo quisque le arruinan el verano, la merienda, le perforan la piel o corretean asquerosamente por los pasillos?.

Recuerdo las palabras del doctor Miguel Carles Tolrá, uno de los mayores expertos en dípteros, y del que tenemos la grandísima fortuna de poder contar en nuestro país, y al que agradezco la gentileza a la hora de identificarme algunos ejemplares fotografiados en Valdemoro. Cuando a la gente le digo –dice Tolrá- que estudio moscas, sonríe, pone cara de asco, me pregunta si me mosqueo y sobre todo indagan sobre qué les veo a las moscas –“si son todas iguales”, asevera-, u otras frases similares; pero después de tantos años ya estoy acostumbrado e inmunizado contra todo este tipo de comentarios”.

Una de las últimas sorpresas ha sido precisamente una “mosca” que no había observado aún y perteneciente al género Parhelophilus. Se trata de un sírfido, familia de moscas muy interesantes y, sobre todo, útiles ya que suponen un medio biológico de lucha contra determinadas plagas como los pulgones.

Metidos en plena faena entomológica descubro no muy lejos un coleóptero de vivos colores que todavía no había registrado en estos resecos pastizales. Se trata de Cerocoma schreberi. Andan nerviosos los machos persiguiendo a las hembras sobre las bonitas flores de Nigella gallica. Algunos integrantes de los Meloidae, familia a la que pertenecen estos interesantes coleópteros, se dan definitivamente por extinguidos. De ello nos ocuparemos otro día.

Dependiendo de estas mismas ranunculáceas localizo varios ejemplares de Ventocoris rusticus, una chinche singular de aspecto inflado que no resulta nada corriente. Su presencia, como la de tantos otros invertebrados llamativos, le añade valor a este paisaje subdesértico al que tan pocas “novias” parecen salirle.

Paseo por un herbazal de Schoenus nigricans. El sol declina. Resulta agradable el frescor que asciende desde estos ribazos que algún cabestro ha violentado con escombros. Los mosquitos cobran actividad y sus zumbidos a mi alrededor me parecen de lo más amenazante. En el suelo descubro un jovencito sapo corredor (Epidalea calamita) que trata de ocultarse a mi vista.

Antes de dar por concluida la jornada sorprendo a un grillo de matorral. Es probablemente la única especie del género Platycleis identificable de visu: Platycleis tessellata. Se distingue por las densas marcas que presenta en el centro de ala anterior.

Estos “secarrales” -tan denostados por la ignorante actitud de políticos y urbanitas ensimismados- son un auténtico y sorprendente hervidero de vida. Seguiremos informando.

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