Hace 9 horas
Mi lista de blogs
sábado, 25 de diciembre de 2010
lunes, 20 de diciembre de 2010
Tren de Alta Necedad
“El telégrafo y el ferrocarril establecen la fraternidad evangélica entre todas las naciones del mundo.”
Ildefonso Cerdá
“Desearía vivir en un mundo sin ruidos artificiales e inútiles. Sin velocidad, y donde la noción misma de velocidad fuera despreciada o detestada, reservando los transportes rápidos a los miembros de profesiones indispensables o a ciertos casos graves.”
Marguerite Yourcenar
Ciudadanos ofreciendo sonrisas de oreja a oreja pueblan los telediarios. El Ministerio de Cemento, digo de Fomento, acaba de inaugurar el AVE Madrid-Levante. Los viejos responsables del NO-DO no habrían firmado un trabajo mejor. ¡Oh qué maravilla, Madrid y Valencia separados por menos de un par de horas!. Rinde armas la legión de feligreses complaciente con el moderno, inacabable mito de la velocidad.
A poco más de 5 kilómetros de donde me encuentro languidece el arroyo Guatén, un día reventado por las obras de la criminal infraestructura. ¡Oh progreso!. Qué son 6.600 millones de euros si con ello le hemos ganado al reloj unos minutejos. Y la alegría de esta gente, ¿acaso no cuenta?. Paganos risueños ignorantes de la deuda que acaban de contraer.
Como bien apuntaban en Ecologistas en Acción, la alternativa de utilizar la línea preexistente por Albacete -empleando con ello un tiempo de 2 horas 15´- era una cutrez intolerable para el boato posmoderno que se gasta este Ejecutivo. Inaceptable por más que ello hubiera significado minimizar los impactos ambientales y territoriales.
Superpongo las imágenes de este sobrecogedor prodigio de tecnología foránea - ¡que inventen ellos!- a las de la destrucción que precedió a la sofisticadísima irrupción del ingenio rebozado de ministros, presidentes y quién sabe si hasta del mismísimo obispo de Sigüenza.
¡¡ No te quieres enterar ye ye. !!
jueves, 9 de diciembre de 2010
La encina de los enamorados
Cielo gris sobre una fina cortina de lluvia. Hemos llegado a Ambite, una pequeña localidad al este de Madrid, muy cerca ya de la provincia de Guadalajara. Nos trae la ilusión de contemplar la Encina de los Enamorados, un soberbio ejemplar que algunos tienen por milenario. Se yergue junto a un recio caserón del siglo XVII, el llamado Palacio del Marqués de Legarda. Su volumen es tal, que llega a empequeñecer esta formidable construcción iniciada en 1623 por don Alonso de Terante y Cárdenas, embajador de Felipe III en Nápoles e Inglaterra. La leyenda dice que los planos de la época ya daban cuenta de una gran encina. Lo asombroso es que el ejemplar que actualmente puede contemplarse no es sino uno de los tres pies con que contaba originalmente. Hace más de 60 años se cortaron los otros dos.
Aprovecho para saborear algunas de las enormes bellotas esparcidas por el suelo. Otra de las abundantes leyendas que existen alrededor de la encina tiene precisamente a las bellotas por protagonistas:
“En la Edad Media habitaba la casa un caballero, que tuvo que partir a la guerra contra los moros y dejó aquí a su prometida, una cría que servía en ella. Todas las tardes salía la pobre a la encina, se sentaba en uno de sus tres troncos y empezaba a hablarle y a llorar por él. Así durante años, pues su novio nunca volvió. Y tanto lloró la moza, que donde se sentaba empezaron a salir las bellotas amargas, mientras en el resto del árbol seguían siendo dulces”.
La estela que esta bella historia ha dejado en la actualidad, hace depender la felicidad de los casados del sabor de estos frutos. Así, probados el día de la boda, si la bellota es dulce, dichosa será la existencia de los recien unidos. Ahora que si la bellota amarga… ya pueden imaginar como será la futura convivencia.
Tomo fotografías de la espectacular encina. El sol, juguetón, irrumpe de improviso entre las nubes y el instante condecora uno de los disparos con un estupendo arco iris. Antes de abandonar este extraordinario lugar, cuya visita es muy recomendable, converso con un vecino. Me cuenta que son muchísimas las visitas que recibe la encina. "Y en el Palacio -apunta- están rodando estos días Tierra de Lobos".
Veo poca televisión, afortunadamente. Me suena que es una serie.
domingo, 5 de diciembre de 2010
Pajaritos y pajarracos
He who shall hurt the little Wren,
Shall never be belowed by Men(*)
William Blake, Auguries of Innocence
(*)“Aquél quien al pájaro reyezuelo dañe, jamás querido por el hombre será”.
Ignoro por cuánto tiempo podré disfrutar de los campos que rodean el lugar donde vivo. Las previsiones no son buenas, por desgracia. Seguro es que, mientras escribo estas líneas, alguien esté sentenciando en un despacho el porvenir de estos parajes singulares del sur de Madrid, tan reconocidos por las universidades madrileñas como despreciados por los gobernantes municipales.
Sin embargo salir hoy al campo, dando con ello rienda suelta al irreductible duende silvestre que uno porta, no siempre constituye una experiencia gozosa. Me explicaré. Nadie pone en duda el fomento de las actividades y actitudes favorables a la naturaleza. Cada vez son más quienes acuden al campo con la excusa de observar aves, recoger setas, espárragos o almendras.
En un delicioso librito titulado Capricho extremeño, confesaba Andrés Trapiello el desdén que le producía la irrupción campestre de esta legión de “recolectores”, de los que opinaba que “no conciben el campo sin ordeñarlo un poco”. No llego a tanto, sinceramente.
Yo me refiero a otro tipo de reuniones. Y es que empieza a escamarme la alta probabilidad de que la observación de varios individuos al aire libre sea preámbulo de pesares para el medio ambiente. Van tres fines de semana seguidos.
Hace un par de horas he descubierto a varios tipejos capturando aves con redes prohibidas. Eran no menos de siete y por su aspecto seguro estoy de que las fotos que conserven de su primera comunión por fuerza han de ser en color sepia. Nada de chiquilladas, que es a lo que voy.
A los mayúsculos desastres promovidos por la Administración, ya sea local, autonómica o estatal se suma este goteo continuo, incesante, exasperante de individuos que merma todos los días el patrimonio natural de tod@s. A fin de cuentas, argumentarán, “son sólo pájaros” -protegidos por la ley- pero simples pájaros.
En definitiva, cada día es más caro conseguir que un paseo por el campo sea una experiencia del todo recreativa. Sobre todo para aquellos que todavía no nos conformamos exclusivamente con regresar a casa con un buen cesto de espárragos trigueros.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
domingo, 28 de noviembre de 2010
Thesiger y los árabes de las Marismas
Probablemente sea Wilfred Thesiger el más grande de los exploradores británicos del siglo XX. Murió hace unos años, nonagenario, en la infame soledad de una residencia. Difícil imaginar una muerte menos romántica para alguien capaz de atravesar las extensiones más desoladas del planeta.
En referencia a su rostro imponente Colin Thubron declaraba, en una entrevista reciente, que parecía que estuviera permanentemente frente a una tormenta de arena.
Acabo de leer Los árabes de las Marismas, un hermoso libro donde Thesiger relata sus experiencias entre 1951 y 1958 en las Marismas del sur de Irak. Grandes áreas del desierto lindantes con las Marismas (Hawr Al Hawizah) son cubiertas por el agua acumulada en forma de nieve en las montañas de Persia y Turquía. La primavera propicia el desbordamiento de los ríos Tigris y Éufrates, irrigando fresca y renovadamente este vasto territorio primordial de la Humanidad.
Nos muestra Thesiger un modo de vida ancestral perpetuado hasta la mitad del siglo en plena dominación británica. Cronista de la difícil supervivencia de hombres y mujeres, como los madam, forjados en un entorno adverso como pocos. Dureza que, sin embargo, no resta un ápice el carácter esencialmente noble y hospitalario de estas gentes, como bien pudo comprobar el viajero.
Absoluta es la integración con la naturaleza de los pueblos con los que Thesiger convive. Construyen sus casas con cañas, pescan con arpones, se alimentan de leche de búfalo y pan de arroz y se desplazan en canoas a través de ese formidable laberinto de lagunas y cañaverales. Todo ello posee, sin duda, un aire de edén perdido que el impenitente viajero nacido en Addis Abeba se encarga de transmitirnos.
Cuenta Thesiger que en 1950 todavía no se habían abierto los campos de petróleo, pero que un lustro después ya se hallaban en plena producción. La entrada de dinero en el país empezó a ser abundante. Bagdad se convirtió en polo de atracción para gentes que abandonaban el medio rural con la promesa de una vida mejor. Barrios enteros se tiraban al suelo a la misma velocidad con que se reconstruían. La historia nos resulta familiar por lo demás.
En 1991, ese siniestro loco llamado Sadam Hussein, decidió el drenaje masivo de las Marismas provocando el éxodo de miles de madam al mismo tiempo que desencadenaba un desastre ecológico de imprevisibles consecuencias.
Me pregunto, con pesadumbre, por la incidencia reciente de la guerra en este frágil ecosistema. De sobra es sabido que el terrorismo anglosajón no suele escatimar en recursos cuando ha de demostrar su autoridad planetaria.
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Max Weber en El Aaiún
Manifestación en Madrid el 13 de noviembre de 2010
En una histórica conferencia pronunciada en Munich en enero de 1919 Max Weber diseccionaba la ética de la profesión política ante un auditorio compuesto mayoritariamente por estudiantes. Alemania vivía una delicadísima situación al encontrarse en profunda transformación a resultas de la guerra y del hundimiento del sistema político monárquico de Guillermo II.
En ese magma político y social Weber abordaba el problema central de las relaciones entre ética y política. Para el sociólogo alemán una acción podía orientarse bien por una ética de las convicciones o bien por una ética de la responsabilidad, percibiendo ésta última como la específica del político democrático. Ambas éticas mantenían una contraposición irresoluble.
Ello viene a cuento porque juzgo que la continua alusión gubernamental de responsabilidad ante los acontecimientos en la crisis del Sahara tiene hondas reminiscencias weberianas. Es más, diría que buena parte de la deriva política zapateril desde su imprevisible triunfo electoral de 2004 podría interpretarse al socaire de postulados del pensador alemán.
Entiendo que el énfasis en poner distancia respecto a los infamantes años del aznarismo, remarcando la muy loable premisa de que en política no todo vale, representaba un esfuerzo por recomponer una “desmoralizada” acción política. En ese sentido, el lider socialista, parecía abrazar una ética de las convicciones (“no os defraudaré”).
Weber no concede opción a visiones bucólicas de la política pues afirma, descarnadamente, que el medio específico de la política es la violencia y de ello debe ser consciente quien quiera que haga de la política su profesión. Otro tipo de violencia, pero violencia al fin y al cabo, es legislar contra el trabajador, más en el caso de quien declara ser socialdemócrata.
La ética de la responsabilidad subraya la necesidad de responder a las consecuencias de la propia acción y éstas, en la actual coyuntura no harían sino encanallar las boyantes relaciones económicas con la dictadura alauí. Los derechos humanos pueden esperar para el ahora weberiano gobierno de la nación. Max Weber en el Aaiún.
Por cierto ¿alguien sabe dónde se ha metido Goytisolo?.
martes, 9 de noviembre de 2010
Serengeti road movie
Abrir un periódico es casi siempre el camino más corto a la desesperanza y la irritación. Leo que el Gobierno de Tanzania quiere construir una carretera que partiría por la mitad el Serengueti.
Hace tres años visité esta gigantesca reserva Patrimonio y cuna de la Humanidad. En ese formidable y temible escenario tuvieron que vérselas nuestros antepasados homínidos. Remoto origen de esta suerte de gánster para la Biosfera en que se ha convertido hoy el ser humano.
La primera imagen que recibí al llegar al Serengueti es imborrable: la de dos hienas avanzando hacia el todoterreno al atardecer bajo una persistente llovizna.
La carretera uniría Arusha, en el interior del país, con Musoma, a orillas del lago Victoria y trincharía, como si de un pavo navideño se tratara, el seguramente espacio natural más importante del planeta. La UNESCO parece haber puesto el grito en el cielo, no sé si en ese inigualable y ahora amenazado cielo africano que ni el cine, ni los documentales televisivos han conseguido acercar al original.
El presidente tanzano justifica la decisión invocando el desarrollo de zonas rurales, pero con ello podría estar matando la gallina de los huevos de oro. Los científicos, especialmente a través de la reputadísima Sociedad Zoológica de Frankfurt, han alertado de las consecuencias dramáticas que tendría para las masivas migraciones de antílopes, especialmente ñus, el wildebeest de los anglosajones, especie clave para el ecosistema de la sabana.
Aguardo ansioso a las conclusiones de los dos estudios de impacto ambiental que se están elaborando y al resultado de los trazados alternativos presentados.
No se puede obviar la terrible pobreza de la nación, un factor que no ayuda en absoluto a persuadir a los partidarios de este fatal desarrollismo que por desgracia todavía padecemos en nuestro país.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
Tejera Negra I
La lluvia anunciada para este sábado no nos disuade de visitar el Parque Natural de Tejera Negra, en Guadalajara.
La singularidad de su hayedo reside en su localización, la más meridional de Europa. Se conocen al menos dos fechas, 1860 y 1960, en las que fue talado a matarrasa. Ello explica la juventud de sus hayas (Fagus sylvatica). Sólo en las áreas más profundas del parque pueden hallarse ejemplares centenarios que sobrevivieron al delirio arboricida.
Recorremos la llamada senda de Las Carretas, utilizada en su época para transportar mediante carros el carbón producido en el hayedo. Una carbonera de exposición pretende evocar para el visitante aquel tiempo no demasiado lejano. Es el puente de todos los santos y el gentío que ha acudido a disfrutar de estos maravillosos ocres apenas respeta la recomendación de silencio.
Pizarras y cuarcitas dominan la geología de Tejera Negra. Su descomposición genera un suelo pobre en sustancias nutritivas aunque rico en materia orgánica poco descompuesta. Estos hayedos acidófilos y sureños de la Sierra de Ayllón quedaron acantonados en las zonas más altas y frías para hacer buena esa ley geobotánica “Las especies eurosiberianas compensan el descenso latitudinal con ascensos altitudinales”.
La gayuba (Arctostaphylos uva-ursi) tapiza cunetas, collados y el sotobosque del melojar atribuyéndose a sus raíces la capacidad de fijar nitrógeno. Junto a ella, es frecuente una llamativa crasulácea, Sedum forsterianum.
A propósito del melojo (Quercus pyrenaica) se ha subrayado el papel jugado por los afloramientos cuarcíticos del parque al impedir la propagación de especies que, como el melojo, se multiplican por estolones. Probablemente las hayas, tiránicas con otras especies a las que relegan por su éxito ecológico, no precisaran de semejante ayuda extra.
La gárrula expedición estalla al descubrir un gigantesco tejo (Taxus baccata) confinado en una resbaladiza ladera. Tomo fotos de su fruto, con esa envoltura carnosa de intenso rojo, el arilo, única parte comestible de este venenoso árbol.
El viento frío y una lluvia intermitente nos dificultan tomar fotos desde la pradera de Mata Redonda, un punto excelente desde el que contemplar la espléndida panorámica.
lunes, 25 de octubre de 2010
Cinturita de avispa
Las avispas no tienen buena prensa. Su popularidad no es mucha, la verdad, entre nosotros los humanos. Terror de las piscinas, kamikazes en las comidas campestres muchas suelen terminar sus días bajo un certero zapatillazo. La voracidad que manifiestan ciertas especies de estos himenópteros no ayuda demasiado a cambiar la mentalidad insecticida de la mayor parte de –por no decir toda- la población.
Nos guste o no, la vida evoluciona en este planeta al margen de nuestras categorías, de esa concepción utilitarista que nos permite formular estúpidas inquisiciones como aquella de ¿Para-qué-vale-una-garrapata, o-una-mosca, o-una-avispa?.
Hablando de avispas y de concepciones, en este caso estéticas, he recordado la expresión "cinturita de avispa", sin duda, el enunciado más benévolo que podremos hallar en referencia a estos bichos.
Traemos esto a colación porque hace unos días fotografiamos una avispa rara en Valdemoro. Tan rara que Leopoldo Castro, el mayor experto de nuestro país en estos repudiados animales, advirtió que bien pudiera ser la única foto de Ischnogasteroides picteti en internet.
Esta pequeña avispa presenta lo que los expertos denominan una distribución disyunta, pues sólo se han hallado poblaciones en el Mediterráneo occidental y Asia Central. En medio, nada de nada. Los datos obtenidos hasta la fecha de esta especie respecto de su distribución occidental aludian a Los Monegros, el este de España y el sur de Francia. En cuanto a sus poblaciones orientales éstas se localizan en Turkmenia, Kazakhstán y Mongolia. ¿Cómo explicar tan caprichosa distribución?
Este peculiar reparto ha suscitado hipótesis explicativas francamente interesantes. En el caso de las plantas, existe acuerdo científico a la hora de aceptar el origen pre-Pleistocénico de este fenómeno biogeográfico. Sin embargo, en el caso de animales es más polémico, postulándose dos teorías, bien la de la continuidad de poblaciones relictas o bien la de la recolonización.
El caso es que esta avispa ha tenido a bien habitar este rincón de la Comunidad de Madrid y, lo que parece más importante, dejarse fotografiar siendo tan esquiva. El arroyo de La Cañada, paraje donde se ha confirmado su presencia, reúne condiciones de sobra para disfrutar de protección como microrreserva de flora y fauna invertebrada. El tiempo no hace sino demostrarlo. Su interés científico está fuera de toda duda y de ello debería tomar buena nota más de un político cazurro. Otra cosa es que el apego a la ciencia brille por su ausencia en este jodido país.
Por lo que a mí respecta, si el próximo verano decides visitar mi tupper con pimientos no dudes, "cinturita de avispa", que serás bien recibida.
martes, 19 de octubre de 2010
Berridos cercados
Todavía suenan los berridos de los ciervos en los Montes de Toledo. Recorremos casi a finales de octubre estas sierras y fincas de Las Guadalerzas con nombres tan evocadores como Torneros, Balandrinos, Robledillos, Piruétano o el Madroñal. Reconocer la bravura de estos montes, a poco más de un centenar de km. de Madrid, es tan necesario como denunciar la escandalosa presencia de cercados y vallas cinegéticas. Como muy bien apuntaba el botánico Emilio Castro, ese latifundismo que permitió la conservación de estos montes se está volviendo en su contra. Esta gestión de los montes concebidos como mero espacio para el “monocultivo” de ciervos está derivando en una presión excesiva de estos herbívoros sobre la vegetación, disminuyendo la fitodiversidad de sierras y rañas. La clausura de caminos de uso público, el cierre de vías de titularidad ciudadana es el correlato antidemocrático en este fortín de banqueros, aristócratas y otros todopoderosos truhanes.
Pese a ello disfrutamos de la observación de ciervos, gamos y jabalíes que, a falta de enemigos naturales, drásticamente eliminados de estos montes, caerán abatidos por la bala de los monteros.
Llevo casi 20 años recorriendo estos serrijones de las provincias de Toledo y Ciudad Real y ciertamente es admirable su diversidad natural.
lunes, 4 de octubre de 2010
Wadi Rum
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Siria en el corazón
martes, 24 de agosto de 2010
El patio de mi casa
De no hacer de nuestros patios y macetas una sucursal de la industria química y fitosanitaria podremos disfrutar de un escenario alegre y muy interesante para la observación natural sin salir de casa. Viene esto a cuento porque hoy he cambiado la caminata habitual por la prospección doméstica de bichejos cuya presencia me convierte en orgulloso anfitrión. Para quienes se apresuren a buscarme acomodo en el catálogo “freak” convendrá apuntar que, por fortuna, existe una larga tradición –sobre todo anglosajona- que haciendo buenos los principios de la jardinería ecológica, busca atraer la fauna a parques, setos y demás espacios verdes.
Mi ambición no es tanta. Apenas unas matas de menta, plantadas hace unos años, me deparan un microcosmos bichero que es todo un lujo. El año que viene tal vez recurra a budlejas, leguminosas y otras compuestas de resultados probados para llamar la atención de abejas, dípteros y otros insectos.
Sin embargo el primer inquilino de estas floridas matas es reptil, una espectacular salamanquesa (Tarentola mauritanica) –probablemente la de mayor tamaño que uno ha visto y que domina una de las paredes del patio. Vigila, estática, el panorama, con esa quietud casi mineral tan característica de los reptiles y que, sin embargo, es tan fácil quebrar apenas presentida la amenaza. Muy cerca, mimetizada entre las hierbas, una Mantis religiosa, de más que respetable tamaño, apura las patas de una infortunada mosca. Las dos escenas me recuerdan instantáneamente un maravilloso pasaje de "Mi familia y otros animales", de Gerald Durrell. No creo que ningún naturalista que se precie haya dejado de disfrutar las obras del escritor británico:
“Las mantis que entraban volando en mi habitación solían ser bastante pequeñas. Gerónimo siempre quería pelearse con ellas, pero eran demasiado rápidas para él. Al contrario que los otros insectos, las mantis no hacían caso de la luz: en lugar de darle vueltas y vueltas a lo tonto, se colocaban en algún punto conveniente para devorar con toda tranquilidad a los danzantes cada vez que éstos se paraban a recuperar sus fuerzas. Sus ojos bulbosos debían ser tan agudos como los de la salamanquesa, pues siempre le veían venir y se escapaban apresuradamente mucho antes de tenerle a distancia de combate. La noche de la gran pelea, sin embargo, Gerónimo se encontró con una mantis que, lejos de alzar el vuelo, salió a su encuentro, poniéndole en un verdadero apuro”.
Cerca del reptil, desafiando su presencia, revolotea las mentas una mariposa que ya observé la temporada pasada: el licénido Celastrina argiolus. Muy distinta a la anterior, pero también lepidóptero aparece un inquilino habitual de las higueras y de curioso latinajo: Choreutis nemorana. Su aspecto no pasa desapercibido: menuda, vistosa, fugaz.
Un apartado muy especial lo constituyen unas moscas que los entendidos denominan sírfidos y que libran una auténtica batalla como aliados contra terribles plagas de la agricultura, como los pulgones. Por este motivo, ocupan gran espacio en la búsqueda de soluciones ecológicas en el combate de estas amenazas. Su diseño cromático es muy llamativo. Tanto es así que quienes no están demasiado familiarizados con ellos tienden a confundirlas con avispas o abejas. Descubro dos especies de un diseño precioso como son Myathropa florea y Eristalinus taeniops. Cerca de ellas, sin apenas posarse en las flores, numerosos ejemplares de Syritta pipiens.
La próxima primavera quizá sea un buen momento para atraer fauna a tu patio o jardín y tratar de ver con otros ojos las evoluciones de estos pequeños y siempre interesantes pobladores. Doy fe de que su observación es el mejor videojuego que llevarte a la vista.
domingo, 25 de julio de 2010
Benditos secarrales (II)
Aunque resulte aguafiestas confieso que no me gusta el verano. Me irrita su bullicio hasta altas horas, esa fanfarria insufrible que posee al personal en estos meses. Si descubriera un túnel que me llevara al 1 de diciembre creo que mi felicidad sería casi infinita. El calor, por otra parte, me intimida, me arruga, a qué negarlo.
Pero no todo iba a ser contrariedad. De alguna manera estas temperaturas me reconcilian con mi afición naturalista pues la caza fotográfica “rema” a favor de corriente en esta época. Es emocionante –para mí al menos- traer cada jornada en el zurrón un montón de nuevas citas bicheras. Casi nadie comprende estos gustos ciertamente. Aceptan que admires las aves, los mamíferos, hasta estarían dispuestos a justificar la pasión por las plantas pero… ¿los bichos?, ¿cómo perder el tiempo con esos “infectos” seres que a todo quisque le arruinan el verano, la merienda, le perforan la piel o corretean asquerosamente por los pasillos?.
Recuerdo las palabras del doctor Miguel Carles Tolrá, uno de los mayores expertos en dípteros, y del que tenemos la grandísima fortuna de poder contar en nuestro país, y al que agradezco la gentileza a la hora de identificarme algunos ejemplares fotografiados en Valdemoro. Cuando a la gente le digo –dice Tolrá- que estudio moscas, sonríe, pone cara de asco, me pregunta si me mosqueo y sobre todo indagan sobre qué les veo a las moscas –“si son todas iguales”, asevera-, u otras frases similares; pero después de tantos años ya estoy acostumbrado e inmunizado contra todo este tipo de comentarios”.
Una de las últimas sorpresas ha sido precisamente una “mosca” que no había observado aún y perteneciente al género Parhelophilus. Se trata de un sírfido, familia de moscas muy interesantes y, sobre todo, útiles ya que suponen un medio biológico de lucha contra determinadas plagas como los pulgones.
Metidos en plena faena entomológica descubro no muy lejos un coleóptero de vivos colores que todavía no había registrado en estos resecos pastizales. Se trata de Cerocoma schreberi. Andan nerviosos los machos persiguiendo a las hembras sobre las bonitas flores de Nigella gallica. Algunos integrantes de los Meloidae, familia a la que pertenecen estos interesantes coleópteros, se dan definitivamente por extinguidos. De ello nos ocuparemos otro día.
Dependiendo de estas mismas ranunculáceas localizo varios ejemplares de Ventocoris rusticus, una chinche singular de aspecto inflado que no resulta nada corriente. Su presencia, como la de tantos otros invertebrados llamativos, le añade valor a este paisaje subdesértico al que tan pocas “novias” parecen salirle.
Paseo por un herbazal de Schoenus nigricans. El sol declina. Resulta agradable el frescor que asciende desde estos ribazos que algún cabestro ha violentado con escombros. Los mosquitos cobran actividad y sus zumbidos a mi alrededor me parecen de lo más amenazante. En el suelo descubro un jovencito sapo corredor (Epidalea calamita) que trata de ocultarse a mi vista.
Antes de dar por concluida la jornada sorprendo a un grillo de matorral. Es probablemente la única especie del género Platycleis identificable de visu: Platycleis tessellata. Se distingue por las densas marcas que presenta en el centro de ala anterior.
Estos “secarrales” -tan denostados por la ignorante actitud de políticos y urbanitas ensimismados- son un auténtico y sorprendente hervidero de vida. Seguiremos informando.
miércoles, 21 de julio de 2010
Cuento de verano
Revolviendo viejos papeles me encontré con este texto. Me sirvió hace unos años para ganar mis primeras pelillas -y seguramente las últimas- juntando letras. Lo presenté a una revista local que convocaba un pequeño concurso de relatos. Aprovechando el simpático hallazgo y, sobre todo, el asfixiante calor que padecemos me animo a recuperarlo.
Un susto profundo
El salón de su casa se había convertido en un inesperado remanso de paz. Hacía tan sólo unos minutos su mujer había llamado para anunciarle que llegaría tarde. Aprovechó la circunstancia para despanzurrarse en el sofá con la intención de apurar un libro que tenía algo desatendido. Provisto de un vaso de whisky, que le ayudara a paladear esa imprevista franja de la tarde, abrió las páginas de la novela al tiempo que con el mando a distancia condenaba al mutismo a cinco invitados de un programa líder de audiencia y sandeces.
Tras unos instantes interrumpió la lectura pues recordó –vagamente- un fragmento de la conversación en la que su mujer le rogaba no olvidara poner la lavadora que ella había dejado preparada. Se dirigió a la cocina y, de inmediato, Jorge sintió un inexplicable sopor. Las piernas carecían de la fuerza necesaria para impulsarle y sus párpados se entornaban como lo harían los de un bebé satisfecho. Le pareció como si el pasillo que separaba el salón de la cocina no fuera a acabarse nunca.
Un segundo antes de accionar el botón descubrió en el suelo un calcetín arrugado. Presa de un sueño abisal se lo llevó a la nariz con idea de determinar si merecía o no acabar en la panza del electrodoméstico. Reconoció en la prenda el olor tan familiar como rancio de sus propios pies después de una larga jornada de trabajo.
Tras componer un mohín de desagrado lo apartó de su cara. De repente sintió nauseas y Jorge se agachó buscando la seguridad indudable del suelo. Torpemente lanzó el calcetín al fondo de la lavadora para introducir después –con una determinación que parecía ajena a su propia voluntad- su mareada cabeza a través de la claraboya de la máquina.
De pronto la expresión de su cara se ilumina. Jorge advierte un destello que le deslumbra. Contempla –estupefacto- cómo la estrechez del tambor de la lavadora se ha convertido en un océano cálido salpicado por un millón de reflejos; un caleidoscopio fascinante que colapsa sus sorprendidas pupilas. Criaturas de vientre metálico le devuelven el reflejo del sol que, junto a apretados corales rojos, componen un escenario rutilante.
Un cardumen de diminutos peces desfila –desafiante- ante sus propias narices. Más allá vislumbra un campo de erizos de mar, esas criaturas que tanto temor le provocaban de niño. De repente se sintió protagonista de uno de esos documentales del comandante Cousteau a los que nunca prestó demasiada atención pero que tan bien le servían para convocar el sueño tras una comida abundante.
Perplejo, Jorge se frota los ojos durante unos instantes pero comprende que debe emplear sus energías en bracear, en avanzar a toda costa, pues una corriente traidora le envía angustiosamente hacia el fondo…
Súbitamente Jorge cree distinguir un murmullo familiar, un ramillete de frases que parecen aludirle. Su debilitada consciencia aprecia la voz entrecortada de su mujer, que gimotea desesperada a su lado:
¡Jorge, por favor, no me asustes! ¡Mira que eres animal! ¡Te dije que no comieras tanto, que no te iba a sentar nada bien!. ¡Si es que mi marido es un bruto! ¡Vaya primer día de vacaciones que nos has dado!.
Uno de los bronceados socorristas- que a tenor de su físico debía coleccionar músculos como otros reúnen sellos de correos- pregunta a la mujer qué le puede haber sentado mal.
-Seguro que los pimientos fritos. También le advertí que los mejillones al vapor son muy fuertes, pero él erre que erre. Apenas me dejó a mí probar bocado. Y la sangría… ¡casi un litro y medio de sangría helada él solito!.
Poco a poco Jorge va recuperando la consciencia. El recuerdo de sus excesos gastronómicos en el chiringuito playero se mezcla con su delirante periplo submarino. Las imágenes centrifugan, frenéticas, en su todavía poco aclarada mente. De repente su cara esboza una mueca de sobresalto, mira a su alrededor igual que un niño al que hubieran escondido su juguete. A dos metros los socorristas increpan a la multitud curiosa para que permita circular el aire que tanto parece necesitar el azorado Jorge.
En un momento detiene su búsqueda. Comprende que por más que lo pretenda no va a encontrar ningún libro ni vaso de whisky alguno. Quizá todo no haya sido sino eso: un mal trago. Tanto tiempo esperando las vacaciones para este percance que a punto le cuesta la vida.
Un momento antes de perderse, taciturno, en un mar de bañistas Jorge ya ha decidido obviar el suceso la mañana en que sus compañeros de oficina le pregunten, burlones, por sus vacaciones.
Un susto profundo
El salón de su casa se había convertido en un inesperado remanso de paz. Hacía tan sólo unos minutos su mujer había llamado para anunciarle que llegaría tarde. Aprovechó la circunstancia para despanzurrarse en el sofá con la intención de apurar un libro que tenía algo desatendido. Provisto de un vaso de whisky, que le ayudara a paladear esa imprevista franja de la tarde, abrió las páginas de la novela al tiempo que con el mando a distancia condenaba al mutismo a cinco invitados de un programa líder de audiencia y sandeces.
Tras unos instantes interrumpió la lectura pues recordó –vagamente- un fragmento de la conversación en la que su mujer le rogaba no olvidara poner la lavadora que ella había dejado preparada. Se dirigió a la cocina y, de inmediato, Jorge sintió un inexplicable sopor. Las piernas carecían de la fuerza necesaria para impulsarle y sus párpados se entornaban como lo harían los de un bebé satisfecho. Le pareció como si el pasillo que separaba el salón de la cocina no fuera a acabarse nunca.
Un segundo antes de accionar el botón descubrió en el suelo un calcetín arrugado. Presa de un sueño abisal se lo llevó a la nariz con idea de determinar si merecía o no acabar en la panza del electrodoméstico. Reconoció en la prenda el olor tan familiar como rancio de sus propios pies después de una larga jornada de trabajo.
Tras componer un mohín de desagrado lo apartó de su cara. De repente sintió nauseas y Jorge se agachó buscando la seguridad indudable del suelo. Torpemente lanzó el calcetín al fondo de la lavadora para introducir después –con una determinación que parecía ajena a su propia voluntad- su mareada cabeza a través de la claraboya de la máquina.
De pronto la expresión de su cara se ilumina. Jorge advierte un destello que le deslumbra. Contempla –estupefacto- cómo la estrechez del tambor de la lavadora se ha convertido en un océano cálido salpicado por un millón de reflejos; un caleidoscopio fascinante que colapsa sus sorprendidas pupilas. Criaturas de vientre metálico le devuelven el reflejo del sol que, junto a apretados corales rojos, componen un escenario rutilante.
Un cardumen de diminutos peces desfila –desafiante- ante sus propias narices. Más allá vislumbra un campo de erizos de mar, esas criaturas que tanto temor le provocaban de niño. De repente se sintió protagonista de uno de esos documentales del comandante Cousteau a los que nunca prestó demasiada atención pero que tan bien le servían para convocar el sueño tras una comida abundante.
Perplejo, Jorge se frota los ojos durante unos instantes pero comprende que debe emplear sus energías en bracear, en avanzar a toda costa, pues una corriente traidora le envía angustiosamente hacia el fondo…
Súbitamente Jorge cree distinguir un murmullo familiar, un ramillete de frases que parecen aludirle. Su debilitada consciencia aprecia la voz entrecortada de su mujer, que gimotea desesperada a su lado:
¡Jorge, por favor, no me asustes! ¡Mira que eres animal! ¡Te dije que no comieras tanto, que no te iba a sentar nada bien!. ¡Si es que mi marido es un bruto! ¡Vaya primer día de vacaciones que nos has dado!.
Uno de los bronceados socorristas- que a tenor de su físico debía coleccionar músculos como otros reúnen sellos de correos- pregunta a la mujer qué le puede haber sentado mal.
-Seguro que los pimientos fritos. También le advertí que los mejillones al vapor son muy fuertes, pero él erre que erre. Apenas me dejó a mí probar bocado. Y la sangría… ¡casi un litro y medio de sangría helada él solito!.
Poco a poco Jorge va recuperando la consciencia. El recuerdo de sus excesos gastronómicos en el chiringuito playero se mezcla con su delirante periplo submarino. Las imágenes centrifugan, frenéticas, en su todavía poco aclarada mente. De repente su cara esboza una mueca de sobresalto, mira a su alrededor igual que un niño al que hubieran escondido su juguete. A dos metros los socorristas increpan a la multitud curiosa para que permita circular el aire que tanto parece necesitar el azorado Jorge.
En un momento detiene su búsqueda. Comprende que por más que lo pretenda no va a encontrar ningún libro ni vaso de whisky alguno. Quizá todo no haya sido sino eso: un mal trago. Tanto tiempo esperando las vacaciones para este percance que a punto le cuesta la vida.
Un momento antes de perderse, taciturno, en un mar de bañistas Jorge ya ha decidido obviar el suceso la mañana en que sus compañeros de oficina le pregunten, burlones, por sus vacaciones.
miércoles, 30 de junio de 2010
Diablo Hopper
Hace unas semanas la muerte de Dennis Hopper nos heló el corazón a una buena legión de cinéfilos. El incorregible segundón de la mirada perdida cedió la última partida ante un cáncer de próstata.
En 1968, con Easy Rider, se abrió paso a patadas en el vetusto sistema de los estudios hollywoodiense y la irrupción –tan violenta como casi cualquier pasaje de su biografía excesiva – lo situó en el Olimpo contracultural como incontestable gurú de toda una generación.
Hay quien sigue preguntándose cómo fue capaz de acabar el film considerando que se pasó más tiempo fumando hierba y apurando botellas de ron que realmente sobrio.
El Nuevo Hollywood, del que Hopper fue icono muy visible, apenas se prolongó una década pero su fértil herencia nos dejó algunas de las mejores películas de la historia del cine. En palabras de Susan Sontag: “Fue en ese momento concreto de los cien años de la historia del cine cuando ir al cine, reflexionar sobre cine, hablar de cine, se volvió una pasión entre los estudiantes universitarios y jóvenes de otros ambientes. El público ya no se enamoraba de los actores, sino del cine”. Poco queda en la actualidad de esa cuasi religión secular en estos tiempos de palomitas, engendros en 3D y demás bazofia cinematográfica.
Hoy la familia de Hopper se pelea por sus bienes, quien sabe si prolongando la discordia y la desdicha que este diablo nacido en Kansas se encargó de inocular a su alrededor. No olvidemos que el angelito no tenía inconveniente alguno en romperle las narices a su propia mujer o amenazar con un cuchillo a un comensal en mitad de un concurrido restaurante.
Apasionado de la fotografía y del arte contemporáneo, Hopper coleccionó obras de Claes Oldenburg o del mismísimo Warhol cuando éste no pasaba de ser alumno aventajado.
Peter Biskind es autor de "Moteros tranquilos, toros salvajes" publicado por Anagrama, un libro imprescindible para quien quiera conocer de muy buena tinta la efervescencia creativa de los años 70 capitaneada por directores como Mike Nichols, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Robert Altman, Peter Bogdanovich, Warren Beaty o el propio Hopper.
Sorprende que alguien que llegó a declarar no soportar esos malditos cacharros -en alusión a las motos- sea recordado por siempre cabalgando las relucientes choppers de ese western moderno que es Easy Rider.
El próximo trago va por tí Dennis.
miércoles, 23 de junio de 2010
Benditos secarrales (I)
Cuanto más recorre uno este paisaje desahuciado por el agua más intensa se hace la sensación de que su riqueza natural es inagotable. No transcurre una semana sin que un nuevo invertebrado o una especie de planta se incorporen a ese catálogo inconcluso que, tal vez de forma ingenua, pretende contener su biodiversidad, palabra muy de moda en estos tiempos. A fin de cuentas, vivimos bajo la dictadura de la moda y la ecología no es, ni mucho menos, una excepción.
Las últimas visitas primaverales trajeron, pues, novedades. En realidad fue uno mismo el que acudió a su encuentro. Allí llevan siglos, más bien decenas de miles de años, ajenos a nuestras urgencias y mudables necesidades.
Las laderas de estos promontorios próximos al Espartal de Valdemoro tienen un aspecto espléndido en esta época. Una de las plantas que he venido a fotografiar, esperando su momento de máxima floración, es un pequeño cardo interesante y hermoso. Su latinajo es Canduncellus caeruleus. Las cabezuelas púrpuras que diviso a lo lejos me alegran el día, que diría Harry Callaham.
Mientras saco la cámara del macuto descubro –perfectamente mimetizado- un saltamontes de gran tamaño capaz de infligir dolorosas mordeduras si se le molesta. Aprovecho la ocasión para tomarle unas fotos a Tettigonia viridissima, y es que el nombre lo dice todo ya que -verde- lo es un rato.
Un escarabajo diminuto –de apenas 5 mm- pone a prueba mi vista. Nunca antes lo había visto y me parece una miniatura de escarabajo pelotero. Le mando fotos a mi buen amigo López-Colón, extraordinario entomólogo del vecino Rivas-Vaciamadrid. José Ignacio es un experto conocedor de los Scarabaeoidea, tanto que suyo es el volumen 14 de Fauna Ibérica editado por el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Me informa que se trata de Onthophagus ruficapillus. Me alegra haber sido capaz de precisar al menos el género. Otra cosa es la especie pues, según José Ignacio, se trata de un género taxonómicamente muy complejo. Esta especie no es fácil verla pues vive enterrada en los excrementos de oveja, cabra, vaca, conejos, etc. Muchas especies de escarabajos coprófagos están en serio peligro de extinción como consecuencia de la desaparición de la ganadería extensiva.
Me demoro unos instantes sobre unas matas de tomillo salsero (Thymus zygis). Su floración convoca gran cantidad de fauna alada. Un objeto volador no identificado -y colorado como dibujo animado- sobrevuela a mi alrededor. ¡Qué cosa más curiosa!. No parece recelar demasiado de mi presencia y lo “afoto” sin piedad. Se trata de una bellísima (¿pueden resultar hermosas las moscas?) Myopa. Tal vez Myopa dorsalis, aunque es complejo aventurarlo. Nueva cita de gran valor en estos andurriales tan despreciados por la infame gobernanza local.
Mientras camino de regreso a casa, pensando en una cervecita bien fresca, descubro una pequeña meseta con más de 25 ejemplares de Astragalus alopecuroides. Es una preciosa planta leguminosa de la que se nutre una de las mariposas más escasas y valiosas de la Comunidad de Madrid, la llamada niña del astrágalo (Plebejus pylaon). Una muy buena noticia, sí señor.
jueves, 10 de junio de 2010
La corrosión del carácter
He de reconocer que Richard Sennett me resulta uno de los sociólogos más interesantes del momento. A su estilo incisivo une una fecundísima capacidad analítica que posibilita contemplar la realidad desde enfoques siempre novedosos. En este sentido La corrosión del carácter se convierte por fuerza en utillaje indispensable para aventurarnos en la comprensión de lo que se ha dado en llamar el nuevo capitalismo.
Como curiosidad habría que indicar que el libro al que dedicamos esta breve reseña le hizo merecedor en 1998 del premio Amalfi de sociología y ciencias sociales.
El término flexibilidad no es sino otra manera de encubrir la opresión ejercida por el capitalismo, al igual que en el pasado se recurrió a expresiones como "sistema de libre empresa" o de "empresa privada".
Aceptar, sin más, la flexibilidad preconizada por los voceros de la economía liberal, adaptándose al continuo cambio que agita el mundo empresarial conformaría esa gigantesca rueda de molino con la que hoy han de comulgar los trabajadores.
Una economía entregada al corto plazo, donde nada tiene visos de durabilidad origina, a juicio del sociólogo estadounidense, graves consecuencias sobre el carácter individual, concebido como el valor ético que atribuimos a nuestros deseos y relaciones con los demás. Una concepción así, tal como era entendida por los escritores de la antigüedad, remite a los aspectos duraderos de nuestra propia experiencia emocional. Lejos de ello, en un escenario económico siempre cambiante –constante y perversamente instigado por el capitalismo flexible- la desorientación social del sujeto está servida.
Sennett desarrolla su exposición sobre el tiempo y el carácter en el nuevo capitalismo partiendo de la esencial cuestión formulada por Pico della Mirandola en su Discurso sobre la dignidad del hombre: ¿cómo debo modelar mi vida?.
Particularmente interesante resulta la exposición de Sennett sobre el uso disciplinado del tiempo y su relación con la ética del trabajo.
Algo ventajista resulta, sin embargo, su juicio sobre una de las obras fundamentales de Max Weber como es La ética protestante y el espíritu del capitalismo. No me parece del todo decoroso denunciar la omisión de toda consideración del consumo como fuerza motriz del capitalismo en el análisis económico que representa la obra del sociólogo alemán. Ni el más prodigioso visionario sería capaz de atisbar las tremendas consecuencias para el sujeto del imperio de la publicidad y del consumo en el último medio siglo. El carácter profético de los padres fundadores de la sociología no siempre es capaz de anticiparse a impredecibles avalanchas como la representada hoy por la lacra consumista, en virtud de la cual - y como diría Jesús Ibáñez- más que consumidores somos, más bien, consumidos.
En definitiva una obra muy recomendable.
martes, 11 de mayo de 2010
Por los cerros de... Pingarrón
Hoy las ganas de ventear aires nuevos me han traído hasta los cerros del Pingarrón. A veces el paraíso puede estar a la vuelta de la esquina. Un monte mediterráneo a poco más de una docena de kilómetros de mi casa es una propuesta de lo más estimulante.
Nada más dejar atrás los ladridos de unos descomunales mastines me sorprende la floración de varios ejemplares de Cistus albidus. El encinar se hace más denso. Por desgracia unas fincas me recuerdan la persistente amenaza del ladrillo hacia todo paraje natural. Pese a todo, en un momento de flaqueza, envidio a sus propietarios imaginando el goce matutino de contemplar este bravo horizonte de encinas y coscojas.
Conozco la zona y sin embargo me sigue sorprendiendo con cada visita. La diversidad botánica es asombrosa. En apenas un palmo de terreno ,y como si se tratara de una auténtica exhibición florística, descubro Rhamnus lycioides, Lithodora fruticosa, Rosmarinus officinalis, Stahelina dubia... y Colutea hispanica, el conocido “espantalobos”, la planta nutricia de una de las mariposas más interesantes y amenazadas de la Comunidad de Madrid, Ioana iolas.
No son muchas, pese a todo, las mariposas que contemplo esta soleada mañana. La pequeña Coenonympha pamphilus pone a prueba mi paciencia y me obliga a gatear infantilmente para robarle una instantánea.
Las encinas muestran sus hermosas inflorescencias y en el suelo descubro orquídeas como Ophrys speculum y abundantes romerillas (Cistus clusii). Cualquier encuadre fotográfico a uno le sugeriría ciertamente estampas más propias de Extremadura, y sin embargo, estamos cerquita, muy cerquita de Madrid y su devenir excesivo.
El paisaje se abre, dando paso a campos de cultivo que presentan su característica flora arvense. Decido prolongar la ruta por laderas más agrestes. Me detengo fotografiando diversas jarillas, como los Helianthemum, que aquí tienen una nutrida representación. En mayo y tras las abundantes lluvias aquí no hay piedad para los aficionados a la botánica. Me demoro con varios ejemplares de Fumana y Alyssum. Ajena por completo a mi atropellado avance por este tapiz, una Chrysolina americana se alimenta sobre el romero, su plato preferido.
Una jornada estupenda a un tiro de piedra ¿se puede pedir más?.
viernes, 30 de abril de 2010
Bella Vella
No muy lejos de los umbrosos jardines de Aranjuez, a prudencial distancia del bullicioso trajín que invade estos días finales de abril los paseos de la ciudad ribereña, reservo plaza para admirar la floración de la crucífera más espectacular: el pítano.
La mañana resulta calurosa para estas fechas del año. Anticipa, de algún modo, la incomodidad que envolverá al visitante que desafíe en unos meses el reseco relieve de estos yesares. A pesar de ello avanzo decidido, con emoción, al encuentro de esta especie protegida por la ley. Mientras descubro la cámara de fotos, un par de cornejas, a las que no ha debido agradar mi irrupción en estas soledades, graznan molestas en el cielo.
El pítano o falso codeso (Vella pseudocytisus) es una rara crucífera descrita por Linneo en 1753. En la actualidad se divide en tres subespecies. Dos de ellas ocupan áreas de España y una en el norte de África. Los efectivos de la subespecie pseudocytisus en la península Ibérica se reducen a dos pequeños núcleos, en el límite de Madrid-Toledo (Aranjuez-Ontígola) y Granada (Orce). La subespecie paui, ocuparía el centro-sur de Aragón, con citas antiguas en el área de Calatayud.
Fuera de sus “cuarteles” arancetanos conozco la situación de algunos pítanos que no confesaría ni bajo tortura. Creo que el silencio está justificado si se trata de asegurar la conservación de esta planta tan excepcional.
A diferencia de la casi totalidad de las especies que componen esta vasta familia, la singularidad de este robusto jaramago reside en sus tallos leñosos. Ningún aficionado a la botánica quedará indiferente al contemplar una ladera salpicada de pítanos florecidos.
Hay una regla conocida entre biólogos y naturalistas según la cual donde hay algo que comer surgirá alguien para comérselo. Como observadores de la naturaleza suscribimos este estrecho vínculo entre seres vivos, que suele desembocar en auténtica especialización. Pienso en ello rodeado de estas plantas que, como no podía ser menos, son el único argumento gastronómico conocido de Clepsis laetitiae, una mariposa endémica desconocida hasta 1997 que fue descrita en este mismo paraje por el ingeniero de montes Santiago Soria.
Nosotros, modestamente, hemos tenido la grandísima fortuna de contemplar entre las flores del pítano una rara chinche (Bagrada elegans) que, poco después, localizaríamos en Valdemoro sobre Lepidium subulatum, un hecho que suscribe la importancia ecológica de los yesares locales.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)